Ya llovieron trece primaveras desde que Bebo Valdés y Diego
el Cigala dieran un recital vestido de rímel y sal. Me enamoré en aquellas
fechas de una voz que por singular y potente te rompía de dentro hacia fuera y también
pudo conmigo el mágico y veterano ritmo del maestro Bebo. Un trabajo para mi
irrepetible, Niño Josele, Javier Colina, el piraña… Ellos me hicieron sentir en algún momento
como El señor del aire, hicieron que aspirase la Niebla del riachuelo e incluso que
bebiese de la fuente de Bebo. Pero ante
todo me hicieron soñar, soñar con unas lágrimas negras que desde entonces me
obsesionan, las busco, las espero…
Cuesta un tiempo aprender a dejar que el salitre habite en nuestro rostro; es un aprendizaje difícil pero intenso y el día que descubres lo bien que sientan las lágrimas de la emoción, las de la alegría, aprendes también que las corazas son para quien las quiera, pues es maravilloso dejar que cualquier vibración te atraviese las entrañas, una voz, el compás de un cajón o ese contrabajo grave y penetrante que estremece los intestinos pegándolos a la mismísima garganta.
Cuesta un tiempo aprender a dejar que el salitre habite en nuestro rostro; es un aprendizaje difícil pero intenso y el día que descubres lo bien que sientan las lágrimas de la emoción, las de la alegría, aprendes también que las corazas son para quien las quiera, pues es maravilloso dejar que cualquier vibración te atraviese las entrañas, una voz, el compás de un cajón o ese contrabajo grave y penetrante que estremece los intestinos pegándolos a la mismísima garganta.
Y hoy es también una
guitarra la que recuerda las lágrimas, una melodía, los años que pasan y otras
artistas, soñadoras, virtuosas de la
palabra y la nota, del abrazo y del cariño… virtuosas al fin y al cabo.